Antibióticos y resistencia: un vistazo a una pandemia global

Entre el 18 y el 24 de noviembre se celebra anualmente la Semana Mundial de Concienciación sobre el Uso Responsable de Antimicrobianos, y desde la Comisión de Salud Pública del Consejo de Estudiantes de Medicina nos sumamos a las labores de divulgación sobre antibióticos y resistencia.

Este es uno de los grandes retos que enfrenta la medicina moderna, ya que si no logramos reducir los niveles de resistencia, estaremos abocados a una era post-antibiótica, donde, como hace décadas, miles de personas podrían morir por infecciones comunes que ahora se tratan sin complicación alguna. La Organización Mundial de la Salud afirma que en 2050 las bacterias resistentes se convertirán en la primera causa de muerte a nivel global, por encima de todos los cánceres. A día de hoy, cada año se registran en Europa 33.000 muertes por estos microbios, 4.000 de ellas en España, cuadruplicando la cifra de fallecidos por siniestros de tráfico.

Uno de los grandes retos de la medicina moderna

El consumo humano de antibióticos en nuestro país se produce sobre todo en el ámbito extrahospitalario, y en su mayoría, para tratar infecciones respiratorias. Sin embargo, encuestas conducidas por la OMS presentan datos desalentadores en cuanto al conocimiento general sobre su uso: 2 de cada 3 personas creen que los antibióticos son efectivos contra la gripe y el resfriado; más del 30% deja de utilizarlos en cuanto nota mejoría y no completa la pauta marcada; y cerca de la mitad considera que el riesgo de la resistencia solo afecta a las personas que consumen antibióticos regularmente.

Nada más lejos de la realidad: la pérdida de eficacia de los fármacos es un problema global que perjudica a toda la sociedad, pues produce, por una parte, mayor morbilidad y mortalidad en todos los estratos poblacionales por infecciones comunes (si bien los más vulnerables son las personas mayores e inmunocomprometidas), a la vez que aumenta el riesgo de ser colonizado por uno de estos gérmenes en cualquier intervención hospitalaria (cirugías ortopédicas, cesáreas, intubaciones en UCI, colocación de vías…).

Esto se traduce en la necesidad de emplear medicamentos más potentes, lo que implica una mayor inversión económica y humana para el tensionado sistema sanitario, unos efectos secundarios más graves para los pacientes, y la generación de mayores desigualdades entre países, pues algunos no tienen la capacidad financiera para costearlos. Una sociedad enferma es una sociedad menos próspera, puesto que se pierde mano de obra, se gasta más en medios sociosanitarios y se produce menos en la industria ganadera, que también pende de la eficacia de estos fármacos, por lo que hay menor oferta de productos alimentarios y las familias dedicadas a este sector disminuyen sus ingresos.

Si bien muchas veces solo se hace referencia a la responsabilidad individual en el cumplimiento de la receta antibiótica, hay mucho más en el uso responsable de esta herramienta farmacológica; principalmente su derroche en la industria ganadera. Este sector consume alrededor del 75% de todos los antimicrobianos globales, y en muchas ocasiones sin prescripción veterinaria, pues son empleados como potenciadores del crecimiento de cabezas de ganado sanas. Sabiendo que el 80% de sus medicamentos pertenecen a las mismas familias que las de uso humano, incluyendo los “de última frontera” (administrados cuando el resto de alternativas fallan), los datos son alarmantes.

Por visualizar algunos ejemplos concretos, ya hay reportadas resistencias a tetraciclinas y fluoroquinolonas, necesarias para el tratamiento del cólera o la malaria, en granjas de pollos, y el 90% de los casos hospitalarios de Staphylococcus aureus resistente a meticilina (MRSA) en zonas granjeras de Alemania son empleados de este sector o familiares directos de ellos. Esto se explica debido a las condiciones de hacinamiento, deficitario saneamiento y convivencia estrecha de individuos sanos y enfermos, todos muy similares genéticamente, lo cual en conjunto es el caldo de cultivo perfecto para la aparición de superbacterias.

Un riesgo global compartido

El riesgo no se halla únicamente en el contacto directo con las macrogranjas o el consumo de los productos animales derivados, sino que la mala gestión de los residuos tan extendida entre estas instalaciones supone un gran problema para las poblaciones donde se establecen: los antibióticos son vertidos al agua o utilizados como estiércol, contaminando el suelo (también el de plantaciones agrícolas) y las masas acuáticas como ríos, lagos y depósitos subterráneos, de los que obtenemos agua para consumo humano y regadío.

Por todo ello, para una lucha efectiva contra la resistencia antibiótica es necesario actuar por múltiples frentes. Desde un ámbito institucional, se deben endurecer las políticas de dispensa de estos fármacos, especialmente en la industria ganadera, y ejercer una vigilancia rigurosa, pues la OMS señala que las lagunas a este respecto son el principal obstáculo para el freno de la resistencia. Si las pautas de actuación son concretas y se materializan, han demostrado ser un éxito: el Plan Nacional frente a la Resistencia a los Antibióticos (PRAN) puesto en marcha en 2014 ha supuesto una reducción del 32,4% de su uso humano y del 56,7% en su uso veterinario, según el propio PRAN y el Centro Europeo para la Prevención y el Control de Enfermedades.

No obstante, con la pandemia se ha vuelto a incrementar masivamente su administración, sobre todo a raíz de los parásitos oportunistas que colonizan el aparato respiratorio debilitado por el virus, pero también por las infecciones que se dan en las vías colocadas en los hospitales y por la laxitud de los criterios para su receta en la atención primaria telefónica. Además, el aumento de la temperatura derivada del cambio climático y la superpoblación son factores que siguen contribuyendo a la proliferación de microbios resistentes, y cuya evolución todo apunta a que será desfavorable de cara a las próximas décadas.

Otro compromiso por parte de los gobiernos y órganos supranacionales debe ser la inversión en investigación y desarrollo de antimicrobianos con mecanismos de acción novedosos, así como métodos diagnósticos rápidos, fiables y accesibles para reducir el uso empírico de ciertos fármacos que propician el aumento de las resistencias. Una de las estrategias fundamentales es la prevención de la infección, y esto se favorece, además de con medidas higiénicas, a través de la vacunación. En nuestro país, desde la inclusión de la vacuna contra el neumococo en el calendario nacional, la proporción de estos microbios que no responden a las penicilinas ha caído desde un 60% hasta un 25% en solo un lustro.

Por último, a nivel individual tenemos una responsabilidad a la hora de cumplir estrictamente las pautas de antibióticos que nos receten, evitando automedicarnos y deshaciéndonos de una forma segura de los fármacos sobrantes al concluir un tratamiento. Además, trataremos de minimizar la circulación de los microbios, tomando medidas higiénicas para no contagiarnos o contagiar a las demás cuando estemos enfermas, y acudiendo a vacunarnos si está recomendado para nuestro grupo poblacional. Finalmente, no debemos olvidar que sin un compromiso firme de las instituciones no podremos combatir la resistencia, así que debemos hacer activismo para exigirles políticas adecuadas, vigilancia e inversión en ciencia.

Fuentes:

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